lunes, 13 de julio de 2009

CIENCIA Y ESPERANZA

En memoria de Federico García Morales, maestro y ejemplo.


“La ciencia es más que un cuerpo de conocimiento, es una manera de pensar”.
Carl Sagan.

Decía que el ser humano corre frenéticamente a su autodestrucción. Del lado de la economía, la organización del mundo capitalista[1] y la introducción de la máquina en el sistema de producción son la piedra de toque del explosivo crecimiento de la economía mundial. La expansión económica tiene una de sus simientes en el pensamiento moderno, que pone el acento en la razón por sobre la superstición y el dogma de fe. La ruptura total con el Medioevo se configura en el plano intelectual y político con la Ilustración, en el económico con la Revolución Industrial.

La ciencia como el elemento central de la expansión del conocimiento es responsable de los grandes avances en la forma de vida contemporánea (esperanza de vida ampliada, disminución de la mortalidad infantil, mejores condiciones sanitarias, movilidad global, etcétera). La observación y experimentación, la refutación, el cuestionamiento, son herramientas que dan certidumbre al conocimiento de la naturaleza y la sociedad, que parten del principio de falibilidad y aceptan el margen de error en su forma de interpretar el objeto de estudio.

El conocimiento científico ha alejado los dominios donde el pensamiento mítico se que yergue con “La Explicación” irrefutable. Donde inicia la penumbra del conocimiento, la zona donde la ciencia no tiene respuestas -aunque sea tentativas, es en donde el pensamiento mágico, el dogma de fe, la brujería, campean con sus sistemas de creencias y explicaciones de lo sobrenatural como elemento articulador. El principio de no aprehensibilidad, lo incognoscible, lo insondable, son la esencia de estos modelos de explicación. Parten del principio de la infalibilidad.

¿Por qué otros sistemas de creencias se arropan del discurso científico? La pseudociencia es una realidad que va del uso de la jerga científica a proponer el diseño inteligente con intenciones de erradicar la enseñanza de la ciencia en las escuelas, que pasa por las diversas vertientes del New Edge que utilizan el discurso para hacerse de adeptos, de intereses que la usan para justificar la existencia de los extraterrestres y las abducciones. Y creo que a estas expresiones hay que hacerles frente con determinación.

¿Por qué reflexionar sobre el papel de la ciencia precisamente ahora que vivimos en un mundo globalizado? ¿Ahora que la aldea global está al alcance de la mano dado que las nuevas tecnologías derriban las distancias geográficas? ¿Ahora que la nanotecnología abre nuevas dimensiones y oportunidades para el desarrollo tecnológico?

La respuesta creo que es obvia: porque son precisamente el sistema de producción y la sociedad industrial (o posindustrial, si se quiere) los que están llevando al límite de la sobrevivencia a la humanidad y a muchas otras especies que habitan el planeta.

Ante tal escenario, sólo la ciencia puede aportar elementos para que decidamos el camino a seguir. Y el pensamiento científico uno de los elementos articuladores de la conciencia.

Porque hay que diferenciar entre la técnica y la ciencia. La tecnología es el aprovechamiento práctico del pensamiento científico, es la que permite desarrollar nuevos instrumentos para la producción, la comunicación, el transporte. Pero la tecnología no es la ciencia (el arado es tecnología). Y lo peor, la tecnología se convierte en un elemento de idolatría, ya que su uso no es sinónimo de comprensión ni de aprendizaje científico. Incluso, existe un proceso de fetichización tecnológica, ya que sin tener idea de los procesos, se cree que la tecnología tiene las respuestas o soluciones como por arte de magia.

En cambio, el pensamiento científico sigue cuestionando los límites del conocimiento (desde la búsqueda de fallos en la teoría de la relatividad hasta explicaciones al calentamiento global). Sigue aportando respuestas y aceptando que no tiene la verdad última. Define sus propios límites. Y cuestiona permanentemente la consistencia de sus avances.

Precisamente esta búsqueda es la que se está convirtiendo en el centro de la producción de riqueza en el mundo globalizado. La investigación y desarrollo como elemento central del sistema productivo hegemónico. Pero la promoción del pensamiento científico tiene que ir más allá de la articulación ciencia-tecnología, ya que debe ser un elemento central del sistema de aprendizaje de una sociedad.
Una sociedad sin ciencia es incapaz de encontrar sus propias respuestas. Está a merced de lo que los poderes hegemónicos determinen a través de sus sistemas de producción. Una sociedad que apuesta a la tecnología y no al conocimiento, está condenada a vivir una revolución en las telecomunicaciones y a asistir al monopolio de la televisión voyerista (reality shows) en el mejor de los casos, insulsa en lo común. Donde el consumo, la imagen, la apariencia, lo superficial, se vuelven el leitmotiv de la vida cotidiana, en el estereotipo del éxito. Donde el cuerpo se convierte en la llave que abre todas las puertas.

Una sociedad sin conocimiento seguirá aterrorizándose o distrayéndose con la mitología irracional (los extraterrestres, el chupacabras, las apariciones milagrosas), dejando de lado la oportunidad de construir una sociedad más justa.

Claro, no todo queda resuelto con la difusión de la enseñanza del pensamiento científico. Quedan elementos que tenemos que aprender a articular.

Las relaciones y cuestionamientos mutuos entre la filosofía, la filosofía política y la ciencia es uno de los más ricos gérmenes de la creatividad. Las relaciones entre conocimiento y democracia tienen que abordarse con transparencia y una ética rigurosa.

El desarrollo tecnológico debe atender a opiniones de la ciencia y no sólo obedecer a la dictadura del mercado.

La tolerancia, la inclusión, el combate a la pobreza, la erradicación del hambre, el deterioro ecológico, son temas urgentes que deben ser abordados y el conocimiento científico es una base que genera la información que facilita los acuerdos.

La relación entre ciencia y otras cosmologías, el conocimiento tradicional, debe convertirse en un diálogo abierto.

Si no nos convencemos que el pensamiento científico es el camino, nos deslumbraremos con faros que llevan irremediablemente por caminos superados por la humanidad –espero que para siempre: sistemas teocráticos que aniquilan a quienes no se adhieren a la fe; sistemas políticos que conspiran contra la libertad individual (Bush Big Brother); hogueras para quemar libros (desde Maní, Yucatán hasta la Alemania Nazi). ¿Quién nos garantiza que no se rehabilitarán las concepciones del cuerpo que satanizan a la mujer? ¿Qué nos aleja de un sistema judicial que condena a hombres y mujeres porque les encuentran la marca del diablo? ¿Qué límites tendrán los que comercializan medallas con tierra de la Tierra Santa?

En fin, si como sociedad no nos damos elementos para alimentar la Razón ¿Qué nos salvará de la Sinrazón?


Tomo el título de un capítulo del libro de Carl Sagan, (2006), “El mundo y sus demonios. La ciencia como una luz en la oscuridad”, Planeta, 1ª reimpresión, México.

Foto: Quema de libros durante el régimen militar chileno. En http://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Quema_de_libros.jpg


[1] El socialismo nunca se alejó de la idea del crecimiento ilimitado, en donde la expansión de la producción era el principio de creación de la riqueza.